En mi grupo de terapia hay un señor que no me cae nada bien. No sólo encarna mis peores demonios, como ser bajito, convencional, machista y aburrido, sino que además es zalamero, salame y otras delicias.
Cuando entró al grupo pensé que era mi deber moral educarlo, mostrarle el lado correcto de las cosas (algo así como Take a Walk on the Wild Side), explicarle mis puntos de vista y, obviamente, enriquecer los suyos. Pensé que si le decía que se aggiornara en sus conceptos de familia (la mía es atrozmente opuesta a la suya y cuando describo mis bizarreadas me mira cruzando las manitos regordetas sobre las faldas, muerto de ganas de interrumpirme y criticarme, pero no le doy chance), si le explicaba lo lógico e incluso lo saludable de amar y odiar alternativamente a la misma persona, iba a ayudarlo a convertirse en mejor ser humano. En mi plan, él a su vez me redimiría a mí en mi tarea, y me dejaría un paso más cerca del Cielo después de tan arduo y altruista trabajo.
Sin embargo, el miércoles pasado me llevé una sorpresa. Se sentó Mr X en una actitud un poquito belicosa, y me la vi venir. Sin mirarme a mí, el muy cobarde, y dirigiéndose solamente al terapeuta, explicó que en la semana había llamado al coordinador de nuestra terapia para contarle que se sentía muy pero muy mal en el grupo, que vomitaba en el baño de su casa cuando llegaba, y que estaba decidido a abandonar la terapia porque “en este grupo hay alguien con el que no puedo convivir, y esa persona es….”, y con dedito gordo y acusador, adornado con fastuosa sortija matrimonial, me señaló a mí.
Hace 5 años
4 comentarios:
obvio que se enamoró de vos!!!!! cuidado!!!!
creéme: ME ODIA jaja!
en todo caso es potente tu efecto sobre él...
Sí, pero yo quería seguir torturándolo, no que abandonara al grupo!
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