viernes, 25 de noviembre de 2011

Hoy no entiendo

- No entiendo a las mujeres que tienen un hijo cada 9 meses porque "así te sacás el tema de encima, viste? Todos los pañales, las mamaderas, las enfermedades, las diarreas, las 50 levantadas por noche y los 30 kilos de más, lo hacés por unos años y después nunca más!", dicen, entusiasmadas y convencidas. Digo yo: te queda vida después de esos añitos felices? Y si el objetivo es "sacarse el tema de encima"... no es más fácil empezar por no tenerlos??
- En el mismo rubro de incoherencia, no entiendo a las madres que tienen un hijo atrás de otro y salen corriendo a trabajar 14 hs por día cuando la criatura no tiene todavía el peso de una colita de cuadril, porque "no soportan estar todo el día en la casa" (lógico, con los argumentos que esgrimen en el punto precedente yo haría lo mismo)
- No entiendo a la gente que come provoleta de entrada, asado con fritas de plato principal y mousse de chocolate de postre, pero toma el cafecito con edulcorante. Aplica lo mismo con las gaseosas light, los jugos dietéticos, etc.
- No entiendo a la gente que cree que "el tiempo para ellos" es el tiempo que pasa lejos de sus hijos o de sus parejas: no sería eso "tiempo para el profesor de tenis", "tiempo para los compañeros de fútbol", "tiempo para los amigos piratas" o "tiempo para boludear con mi amiga"?
Cuál es el tiempo para uno y cómo se define exactamente?

miércoles, 26 de octubre de 2011

Dejá vu de los sentidos

Cuando estaba embarazada pasé los primeros 4 meses sintiéndome pésimo, con asco y dolor de cabeza. Nada de eso es novedoso (I know), pero lo particular del caso es que hay música que escuché en esos meses que cuando vuelvo a escucharla ahora me siento de nuevo igual de mareada y asqueada. Hay varios temas que se me arruinaron para siempre, como Fire with fire de Scissor Sisters (me provoca náuseas automáticamente en cuanto empieza el organito) o Solo un momento de Vicentico.
Es un poco como comer nísperos o pensar en nísperos si cuando eras chica te empachaste de nísperos una tarde con tu abuela en el campo y terminaste vomitando toda la noche.
Nunca más nísperos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

De Construyendo

No es que tenga una identidad muy clara, ni que siempre haya sabido lo que quería. Es solo que al estar con alguien, automáticamente sabía que quería lo contrario.
A los 15 años tuve un novio rockero, que curtía boliche under y bermudas grunge: en poco tiempo me convencí de que en realidad lo me gustaba era el pibe canchero con jeans, alpargatas y medio nabo, el chico bien. A mi novio lo volví loco con el look, lo perseguí con los cortes de pelo y la afeitada diaria hasta que no dio para más. Él no cambió y yo tampoco. A los 3 años lo dejé por un estudiante de ingeniería.
Durante años creí que con el ingeniero teníamos todo en común, hasta que me pareció aburrido, estructurado, y me di cuenta de que necesitaba otra cosa: después de pasearlo por un par de recitales lo cambié por un chico de barrio, que curtía la birra y los Redondos. A ese lo traté de encaminar hacia el estudio porque me pareció demasiado vago: le insistí para que dejara el laburito de mensajero y se metiera a estudiar cocina, que era lo que le gustaba.
Después vinieron un par de personajes para el olvido, y cuando empezaba a sentir que no iba a encontrar nunca a la persona que no tuviera que cambiarle nada, llegó él. Y no es que no tenga nada para cambiarle, sino que es la primera vez que quiero cambiar yo para que no hayan más cambios.

lunes, 15 de agosto de 2011

Manic Monday

Qué bueno que llueva un lunes y no un domingo.
Nunca entendí a esa gente que dice "Es lunes y encima llueve!", como si fuera mejor que hiciera un día radiante, soleado y primaveral, y tuviéramos que bancarnos el día en el laburo mirando por la ventana.
Si es deprimente que sea lunes, deprimámonos! Con ganas, con alegría! Que llueva, que se caiga el cielo, que nos peleemos con todos, que se corte internet!
Vivan los lunes!
Ya llegará el fin de semana y nos dará revancha.
Con ganas.

domingo, 7 de agosto de 2011

Ya habrá tiempo para el rock

La primera salida después de tener un hijo no es siempre como la soñamos.
Ayer tuvimos un casamiento. Esperaba con ansiedad la llegada del evento porque la verdad es que a veces extraño los días de gloria en las pistas: una buena dosis de rock era lo que estaba necesitando.
Estuve un mes planificando hasta el más mínimo detalle para que todo fluyera perfectamente: los mililitros de leche que le tenía que dejar a mi hija de 1 mes y medio calculados en tiempo y distancia al evento, el convencimiento a mi madre para que viniera a cuidar a la niña a mi casa un sábado a la noche, los kilos que tenía que bajar para entrar en mi miniminúsculo vestidito de antes de quedar embarazada, el horario entre teta y teta en que me podía escapar a la peluquería, los pañales, ropa, mamaderas e indicaciones que tenía que dejar al alcance de mi madre (que si bien crió tres hijitos adorables no me parece nunca lo suficientemente apta). En fin. Una lista interminable.

Media hora antes del horario planificado de salida, me estaba planchando el pelo a tirones en el baño, transpirando por el apuro y sin ninguna perspectiva de bañarme por falta de tiempo. Mamá paseaba con mi hija por los pasillos de la casa, gritándome que la nena quería comer de nuevo (aunque le había dado sin pausa ni respiro durante las últimas dos horas, con intervalos de 15 segundos para que respirara). Yo corría en tacos y con el vestido por la cintura, alternando en un cuadro felinesco el amamantamiento de mi hija con el maquillaje veloz en el baño.
Logramos salir con solo 1 hora de retraso, sintiéndonos más padres que personas. Pero en fin, el vestidito había entrado (a pesar de los pechos que rebalsaban literalmente por arriba), el pelo estaba más o menos planchado, y me relajé en el camino pensando que me esperaba una maravillosa noche de revancha después de tantos meses de encierro y veda alcohólica.
Llegamos justo para la recepción y traté de integrarme con una copa de vino. Pero se me cerraba la garganta pensando que eso iría directamente a la leche que le tenía que dar a mi hija, así que terminé cambiándola por un vaso de agua sin gas. Los zapatos me apretaban como a la hermana mala de Cenicienta, y no lograba concentrarme en conversaciones sociales: mi lenguaje había quedado mermado después del embarazo y las únicas palabras que cruzaban por mi cabeza estaban relacionadas con la maternidad. Pero me negaba a convertirme en esas madres que solo hablan de sus hijos, así que opté por el silencio.
Y justo cuando estaba empezando la buena música y pensé que el dancing acabaría con todos mis problemas, ocurrió: la extrañé.

Sí, la extrañé. Así que a la media hora estaba de vuelta en casa, con la niña metida en la cama conmigo, el pelo atado en una colita, el make up a medio limpiar y enfrentada a la única tarea que quiero tener en este momento. Ya habrá tiempo para el rock.

viernes, 22 de julio de 2011

Yo miento, tú mientes, él miente (y ella también)

Si los hombres mienten para evitar los conflictos, para impresionar a las mujeres y a los amigos, para salir de trampa o para evadir una responsabilidad que los aburre... Qué es lo que nos motiva a nosotras, precursoras de la verdad, emblemas de la moral, próceres de la justicia y del ajusticiamiento, a escudarnos en la mentira en un sinfín de oportunidades? Y que, además de mentir, nos llevemos nuestros secretos a la tumba, sin pisarnos ni contradecirnos jamás, llegando al punto de jurar sobre una Biblia la mentira más absurda con ojos sinceros y húmedos de emoción?
Somos mejores actrices, no hay duda. Pero no es solo eso. Conozco muchas mujeres que mienten solamente para preservar la imagen idílica que su novio o marido tiene sobre ellas: mienten sobre su pasado, sobre sus fantasías, perversiones y masturbaciones.
En esos temas pertenezco más bien al rubro sincericida: en las cosas privadas, en esas que escandalizan, que provocan espanto en el otro, digo siempre la verdad. Siempre. No importa lo que me pregunten. Y espero lo mismo del otro, cosa que por supuesto no sucede.
En cambio, miento para hacer creer al otro que sé menos cosas de las que sé. En cualquier situación, de cualquier tema. Miento porque no quiero que el otro adivine los laberintos retorcidos de mi cerebro, mi profesión oculta de detective y de espía, mi frustración eterna por no haber nacido Mata Hari.

martes, 19 de julio de 2011

Soy una mujer adulta

Con el pie derecho hamaco el cochecito de mi hija, que me mira fijo para advertirme al primer olvido, con un gritito quejoso, que retome mi tarea (ella no espera, no comprende mis tiempos, mis ocupaciones de mujer adulta, mi necesidad de despegarme unos minutos de ella antes de volver corriendo a hamacar el cochecito). Mientras tanto estoy atenta al celular (soy una mujer adulta con muchas ocupaciones), que tiene que sonar en cualquier momento porque espero una respuesta a un sms. Confieso que no soy de esperar mucho: soy más bien de ésas que mandan un sms, esperan 3 minutos por reloj y llaman para preguntar por qué no hubo respuesta. Y sé que tengo que esperar porque eso es lo que hacen las mujeres adultas: esperan y tienen respeto y entienden los tiempos del otro.
Pero... esto de esperar, en silencio, con paciencia, civilizadamente, como esperan de uno.... se me hace, no sé cómo decirlo, desesperado. Quiero mi respuesta ya, no entiendo qué está haciendo el otro que no me contesta. Quiero que interrumpa sus ocupaciones y deje sus necesidades de adulto de lado, quiero que me conteste inmediatamente o mis gritos quejosos van a empezar a escucharse en cualquier momento.