No es que tenga una identidad muy clara, ni que siempre haya sabido lo que quería. Es solo que al estar con alguien, automáticamente sabía que quería lo contrario.
A los 15 años tuve un novio rockero, que curtía boliche under y bermudas grunge: en poco tiempo me convencí de que en realidad lo me gustaba era el pibe canchero con jeans, alpargatas y medio nabo, el chico bien. A mi novio lo volví loco con el look, lo perseguí con los cortes de pelo y la afeitada diaria hasta que no dio para más. Él no cambió y yo tampoco. A los 3 años lo dejé por un estudiante de ingeniería.
Durante años creí que con el ingeniero teníamos todo en común, hasta que me pareció aburrido, estructurado, y me di cuenta de que necesitaba otra cosa: después de pasearlo por un par de recitales lo cambié por un chico de barrio, que curtía la birra y los Redondos. A ese lo traté de encaminar hacia el estudio porque me pareció demasiado vago: le insistí para que dejara el laburito de mensajero y se metiera a estudiar cocina, que era lo que le gustaba.
Después vinieron un par de personajes para el olvido, y cuando empezaba a sentir que no iba a encontrar nunca a la persona que no tuviera que cambiarle nada, llegó él. Y no es que no tenga nada para cambiarle, sino que es la primera vez que quiero cambiar yo para que no hayan más cambios.