domingo, 11 de septiembre de 2011

De Construyendo

No es que tenga una identidad muy clara, ni que siempre haya sabido lo que quería. Es solo que al estar con alguien, automáticamente sabía que quería lo contrario.
A los 15 años tuve un novio rockero, que curtía boliche under y bermudas grunge: en poco tiempo me convencí de que en realidad lo me gustaba era el pibe canchero con jeans, alpargatas y medio nabo, el chico bien. A mi novio lo volví loco con el look, lo perseguí con los cortes de pelo y la afeitada diaria hasta que no dio para más. Él no cambió y yo tampoco. A los 3 años lo dejé por un estudiante de ingeniería.
Durante años creí que con el ingeniero teníamos todo en común, hasta que me pareció aburrido, estructurado, y me di cuenta de que necesitaba otra cosa: después de pasearlo por un par de recitales lo cambié por un chico de barrio, que curtía la birra y los Redondos. A ese lo traté de encaminar hacia el estudio porque me pareció demasiado vago: le insistí para que dejara el laburito de mensajero y se metiera a estudiar cocina, que era lo que le gustaba.
Después vinieron un par de personajes para el olvido, y cuando empezaba a sentir que no iba a encontrar nunca a la persona que no tuviera que cambiarle nada, llegó él. Y no es que no tenga nada para cambiarle, sino que es la primera vez que quiero cambiar yo para que no hayan más cambios.