Hay gente tan, pero tan perversa, que hace horas de cola para obtener algo que no necesita. Ni desea. Ni vale la pena.
Por ejemplo, en Mar del Plata es común ver una cuadra de cola para entrar a "Manolo", célebre por sus churros, cuando en realidad sus churros no tienen nada de extraordinario y hay por lo menos 10 churrerías mejores y sin cola.
O me encuentro, al doblar una esquina por la calle Alberti, con una larga fila de señoras amontonadas a la entrada de una farmacia, donde una señorita de lo más orgullosa entrega gratuitamente bolsitas de lavanda. Para qué sirven las bolsitas de lavanda, por Dios?!
Ni qué hablar de la gente que se tira encima de las promotoras que regalan excentricidades, que van desde sobrecitos de jugos de sabores dudosos hasta descuentos para entrar al Aquarium los lunes entre las 4 y las 7 de la mañana.
Y la gente se codea, se empuja, se putea, por alcanzar el objeto en cuestión antes que el vecino.
Siempre me pregunto quiénes son estas personas. Cómo son sus vidas. Cuáles son sus sueños y aspiraciones. Y no logro etiquetarlos.