Viví mil vidas a mis 39 años. Me expulsaron de dos colegios, me casé dos veces y me divorcié una; parí tres hijos, tuve amantes, fui infiel y me fueron infiel. Toqué la guitarra y canté frente a un pequeño público entre el que se contaban dos de mis mejores amigas.
Sufrí por amor, amé con locura y fui muy amada. Mantuve siempre cerca a mis amigas, que fueron testigo de mis lágrimas, de mis risas descontroladas, de mis luces y oscuridades. Son siempre las mismas.
Bailé tango y salsa, me deslicé de noche por las barandas de la ciudad en rollers. Hice todos los deportes y vibré con todas las músicas. Tuve un amor chileno en Grecia y uno italiano en Praga.
Me recibí de dos carreras, trabajé de repartidora de pizza y de asesora financiera, de diseñadora y de profesora de italiano.
Hoy mis hijos crecen y no reclaman mi presencia continua. La vida se abre como un abismo a mis pies; puedo saltar de nuevo, o puedo quedarme inmóvil, acompañando la música dulce que suena. Sin prisas.