lunes, 15 de agosto de 2011

Manic Monday

Qué bueno que llueva un lunes y no un domingo.
Nunca entendí a esa gente que dice "Es lunes y encima llueve!", como si fuera mejor que hiciera un día radiante, soleado y primaveral, y tuviéramos que bancarnos el día en el laburo mirando por la ventana.
Si es deprimente que sea lunes, deprimámonos! Con ganas, con alegría! Que llueva, que se caiga el cielo, que nos peleemos con todos, que se corte internet!
Vivan los lunes!
Ya llegará el fin de semana y nos dará revancha.
Con ganas.

domingo, 7 de agosto de 2011

Ya habrá tiempo para el rock

La primera salida después de tener un hijo no es siempre como la soñamos.
Ayer tuvimos un casamiento. Esperaba con ansiedad la llegada del evento porque la verdad es que a veces extraño los días de gloria en las pistas: una buena dosis de rock era lo que estaba necesitando.
Estuve un mes planificando hasta el más mínimo detalle para que todo fluyera perfectamente: los mililitros de leche que le tenía que dejar a mi hija de 1 mes y medio calculados en tiempo y distancia al evento, el convencimiento a mi madre para que viniera a cuidar a la niña a mi casa un sábado a la noche, los kilos que tenía que bajar para entrar en mi miniminúsculo vestidito de antes de quedar embarazada, el horario entre teta y teta en que me podía escapar a la peluquería, los pañales, ropa, mamaderas e indicaciones que tenía que dejar al alcance de mi madre (que si bien crió tres hijitos adorables no me parece nunca lo suficientemente apta). En fin. Una lista interminable.

Media hora antes del horario planificado de salida, me estaba planchando el pelo a tirones en el baño, transpirando por el apuro y sin ninguna perspectiva de bañarme por falta de tiempo. Mamá paseaba con mi hija por los pasillos de la casa, gritándome que la nena quería comer de nuevo (aunque le había dado sin pausa ni respiro durante las últimas dos horas, con intervalos de 15 segundos para que respirara). Yo corría en tacos y con el vestido por la cintura, alternando en un cuadro felinesco el amamantamiento de mi hija con el maquillaje veloz en el baño.
Logramos salir con solo 1 hora de retraso, sintiéndonos más padres que personas. Pero en fin, el vestidito había entrado (a pesar de los pechos que rebalsaban literalmente por arriba), el pelo estaba más o menos planchado, y me relajé en el camino pensando que me esperaba una maravillosa noche de revancha después de tantos meses de encierro y veda alcohólica.
Llegamos justo para la recepción y traté de integrarme con una copa de vino. Pero se me cerraba la garganta pensando que eso iría directamente a la leche que le tenía que dar a mi hija, así que terminé cambiándola por un vaso de agua sin gas. Los zapatos me apretaban como a la hermana mala de Cenicienta, y no lograba concentrarme en conversaciones sociales: mi lenguaje había quedado mermado después del embarazo y las únicas palabras que cruzaban por mi cabeza estaban relacionadas con la maternidad. Pero me negaba a convertirme en esas madres que solo hablan de sus hijos, así que opté por el silencio.
Y justo cuando estaba empezando la buena música y pensé que el dancing acabaría con todos mis problemas, ocurrió: la extrañé.

Sí, la extrañé. Así que a la media hora estaba de vuelta en casa, con la niña metida en la cama conmigo, el pelo atado en una colita, el make up a medio limpiar y enfrentada a la única tarea que quiero tener en este momento. Ya habrá tiempo para el rock.